El más reciente asunto migratorio que pronto podría llegar a la Corte Suprema para su resolución es la controversia, establecida por una orden ejecutiva de la administración Trump en enero, de que la ciudadanía por nacimiento no se ha aplicado según lo previsto y no es la norma en Estados Unidos, sino que la 14ª Enmienda de nuestra Constitución, que otorgaba la ciudadanía a todos los nacidos en Estados Unidos, estaba destinada únicamente a los esclavos liberados tras la Guerra Civil.
Esta controversia ha surgido debido a los casos, aunque relativamente pocos, de mujeres que vienen intencionadamente a Estados Unidos para dar a luz y que sus hijos puedan ser ciudadanos estadounidenses. El número de estos casos nunca se ha cuantificado, y las estimaciones sobre el número de niños nacidos de familias indocumentadas varían.
Los grupos restrictivos con la inmigración alegan que cada año nacen varios cientos de miles de niños de madres inmigrantes. Algunos han llamado a estos recién nacidos “bebés ancla”, ya que pueden traer a sus familiares a Estados Unidos. Sin embargo, el niño no puede otorgar un beneficio migratorio a sus padres o hermanos hasta que cumpla 21 años, y entonces el beneficio puede tardar años en conseguirse.
Pero esta cuestión es mucho más profunda, y tal vez una lección de historia pueda ayudarnos a resolver cualquier duda que tengamos sobre cómo se puede adquirir la ciudadanía en Estados Unidos.
La intención de los próceres de la patria era que todos los nacidos en el territorio de América --Estados Unidos-- fueran ciudadanos. Las opciones son “jus soli” o “jus sanguinis”, es decir, ¿es la tierra o es el nexo sanguíneo lo que confiere la ciudadanía? Los primeros colonos optaron por la tierra porque pretendían poblarla y porque rechazaban los linajes, que de alguna manera insinuaban la realeza y la sucesión.
Así pues, desde los inicios de nuestra nación se eligió el método “del territorio”. La 14.ª Enmienda de la Constitución lo ratificó en julio de 1868 y aclaró que todos los nacidos en esclavitud tenían derecho a la ciudadanía estadounidense.
En 1898, la Corte Suprema decidió, a través de un caso, que un niño nacido en Estados Unidos de padres chinos residentes permanentes en el país era ciudadano estadounidense. Esta decisión se tomó durante un periodo en el que se estaban aprobando las leyes de exclusión de los chinos.
A los indígenas, no se les concedió la ciudadanía estadounidense hasta una ley del Congreso de 1924. Antes de eso, se les consideraba miembros de naciones tribales, una distinción que todavía se refleja en el sistema de reservas indígenas actual.
El movimiento contra la ciudadanía por nacimiento, es otro ejemplo de prejuicio contra los extranjeros y la creencia de que la proporción de ciudadanos nacidos en el extranjero con respecto a los nacidos en Estados Unidos debe mantenerse siempre por debajo del 15%. La ideología del 15% se estableció en la época en que el porcentaje más alto de estadounidenses eran inmigrantes, entre 1900 y 1924.
La motivación para frenar la inmigración procedente de naciones menos favorecidas, concretamente del sur y el este de Europa, en favor de los europeos del norte, era parte de una actitud racista que ha persistido hasta nuestros días.
La era de las limitaciones, especialmente en el período alrededor de 1924, no se basó en motivaciones económicas, sino más bien en mantener a Estados Unidos como un país estadounidense. Parece que significaba que la proporción de extranjeros siempre debía ser mucho menor que la de aquellos que formaron parte originalmente de la fundación del país, es decir, la población anglosajona.
Las razones de este pensamiento eran sin duda racistas y se basaban en una falsa comprensión de la eugenesia, que clasificaba a ciertas naciones como inferiores a otras.
Si la Corte Suprema considera que la ciudadanía por nacimiento tal y como se aplica no es constitucional, el desafortunado resultado sería que muchos niños nacidos en Estados Unidos de padres indocumentados se convertirían en apátridas, ya que no pertenecerían ni a Estados Unidos ni al país de origen de sus padres. Ser apátrida ha sido calificado por algunos como un crimen contra la humanidad, ya que el país de origen de sus padres no tiene la obligación de aceptarlos.
También se crearía una subclase permanente de niños que no tendrían la oportunidad de desarrollar su potencial y contribuir a la nación.
Estos son solo algunos de los problemas prácticos a los que nos enfrentaremos si la tradición jurídica de Estados Unidos es revocada por nuevas teorías racistas sobre quién tiene derecho a ser ciudadano estadounidense. Como nos ha enseñado nuestra historia, la ciudadanía por nacimiento ha servido bien a la nación a lo largo de su historia, ya que permite que los hijos de los inmigrantes que trabajan aquí y contribuyen al bienestar nacional tengan derecho a la ciudadanía.