(OSV News) -- La Eucaristía es la cumbre de nuestra fe, donde la historia de nuestra salvación se hace realidad de un modo único y milagroso.
Según el Misal Romano, la Eucaristía es: el Banquete Pascual en el que se recibe a Cristo, se renueva la memoria de su Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura.
Sin embargo, ¿alguna vez nos detenemos a reflexionar sobre este don tan valioso? Incluso en la Misa podemos distraernos, y este milagro tan precioso se vuelve rutinario. Por eso, la Iglesia nos invita a profundizar en nuestro amor por lo que Dios nos ha dado, su Hijo, Jesús, a quien recibimos en nuestro corazón. En la Misa, en nuestra lectura, en nuestras clases de formación en la fe y en la calma de nuestro propio corazón, podemos prestar más atención a este don.
En cada Misa somos testigos de un milagro. La Eucaristía no es un símbolo de Nuestro Señor; el pan y el vino realmente se convierten en el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Cristo. En el altar, Él se hace presente, una y otra vez, en su presencia real.
Según la constitución "Sacrosanctum Concilium" del Concilio Vaticano II sobre la Sagrada Liturgia, Cristo mismo instituyó la Eucaristía en la Última Cena como un "memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera".
La Eucaristía nos invita a recordar la pasión y muerte de Cristo en la Cruz, el sacrificio que nos otorgó la salvación y la vida eterna junto al Padre. Es también un gran signo de nuestra unidad como creyentes. La llamamos Comunión porque al acercarnos al altar, reconocemos nuestra unión con Cristo, su iglesia y con los demás.
Sin embargo, estas palabras solo pueden capturar parcialmente un misterio que va más allá de nuestro entendimiento: "Si lo comprendieses, no sería Dios", decía San Agustín. Lo mismo ocurre con la Eucaristía. La Iglesia nos llama a explorar este misterio cada vez más profundamente, no solo cuando participamos en la Misa, sino en cada momento de nuestra vida.
La Iglesia nos pide a todos que examinemos nuestra conciencia para asegurarnos de que estamos realmente preparados para recibir a Jesús. ¿Estamos en "gracia de Dios", es decir, sin conciencia de pecado grave no confesado? De lo contrario, deberíamos confesarnos primero.
¿Hemos respetado el ayuno de una hora de comida y bebida (excepto agua y medicamentos) antes de recibir a Nuestro Señor?
¿Creemos en la Presencia Real, es decir, que Cristo está presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad?
¿Somos fieles a las enseñanzas de la Iglesia en nuestra vida personal y pública?
Hay varias maneras de honrar a Jesús en la Eucaristía. En primer lugar, asistiendo a Misa. Cuando reconocemos que Jesús está presente en el Santísimo Sacramento, nos damos cuenta de que participar cada semana en la Misa, ya sea el domingo o la vigilia del sábado, es más que una obligación; ¡es un privilegio!
Si deseamos recibir a Jesús en la Eucaristía, pero no podemos, existe la "comunión espiritual". Dondequiera que estemos, sólo tenemos que pedir al Señor que entre en nuestro corazón y renueve Su vida en nosotros. Después, podemos dedicar unos momentos a la oración y la alabanza, y comprometernos a recibir la Comunión tan pronto como sea posible.
Además de la Misa, Jesús está presente en la Hostia que se guarda en el Sagrario. Podemos tomarnos un tiempo para visitar regularmente una iglesia y hablar con Él allí, haciendo de ese momento una "Hora Santa".
Muchas iglesias disponen de un lugar donde el Santísimo Sacramento permanece expuesto para la oración y adoración todos los días, a veces incluso las veinticuatro horas (esto se conoce como "adoración perpetua"). Esto ofrece una excelente oportunidad para acercarse a la presencia real de Jesús en la Eucaristía en todo momento. Si es posible, sería conveniente reservar un horario para visitar la iglesia o la capilla de manera regular.
Por último, ten en cuenta que la palabra "Eucaristía" significa literalmente "acción de gracias". En la Sagrada Comunión, así como Jesús se entrega a nosotros, también nosotros nos entregamos a Él en agradecimiento. Su sacrificio en la cruz, presentado en el altar, quita los pecados del mundo y nos permite vivir en una unión íntima con Dios.
"El tiempo que uno pasa con Jesús en el Santísimo Sacramento es el tiempo mejor invertido en la tierra", decía Santa Teresa de Calcuta. "Cada momento que uno dedica a Jesús profundiza nuestra unión con Él y le imprime al alma un aspecto más eternamente glorioso y hermoso en el Cielo, que nos ayudará a alcanzar una paz duradera en la tierra".