Misa y procesión en la capital de EEUU piden solidaridad con los migrantes que se enfrentan a deportaciones masivas
WASHINGTON (OSV News) -- Cerca de 1.000 personas se unieron a la procesión con motivo de la 111.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado en la capital del país, cuyo lema era "Migrantes, misioneros de esperanza". Los peregrinos hicieron una pausa en siete paradas para realizar una reflexión, recorriendo el noroeste ese domingo 28 de septiembre, antes de concluir la caminata en la catedral de San Mateo Apóstol, donde el cardenal Robert McElroy, de Washington, celebró una Misa para conmemorar la jornada.
La procesión y las reflexiones fueron organizadas por la Arquidiócesis de Washington y el Servicio Jesuita a Refugiados. El bullicio de la ciudad dio paso a los himnos y testimonios mientras las personas que llevaban imágenes sagradas encabezaban la caminata. Muchos peregrinos también llevaban rosarios, tocando las cuentas en oración mientras avanzaban por la ruta.
El recorrido comenzó en la parroquia Sagrado Corazón y culminó en la catedral de San Mateo Apóstol. Según el reportaje de El Pregonero, el periódico en español de la arquidiócesis, monseñor Evelio Menjívar Ayala, obispo auxiliar de Washington, dirigió palabras de aliento a jóvenes, adultos mayores y familias que se unieron a la peregrinación.
"Ustedes son una demostración viva de una Iglesia en salida, una Iglesia solidaria con quienes sufren por no tener sus documentos migratorios en orden", expresó el obispo salvadoreño, quien subrayó que la peregrinación fue un clamor para frenar la violencia, la división y la polarización del país.
El padre Emilio Biosca, párroco de Sagrado Corazón, agradeció la presencia de delegaciones parroquiales y recordó que su parroquia siempre ha mantenido las puertas abiertas a las familias migrantes: "No importa de dónde vengan, ni el idioma que hablen, sabemos que son hermanos y los recibimos en nombre del Señor Jesucristo".
Los peregrinos alzaron la cruz de San Damián y una imagen de Nuestra Señora de Guadalupe durante esta procesión, mientras que imágenes simbólicas de mariposas monarca, montadas en palos, colocadas en sombreros o entretejidas en el cabello de la gente, revoloteaban sobre la multitud. Las mariposas monarca realizan una migración de 3.000 millas desde Canadá hasta México, un viaje que a menudo se invoca como recordatorio de la resistencia de los migrantes y refugiados que buscan una vida mejor.
"El objetivo de una procesión es precisamente llevar la fe y a Cristo al público", dijo el obispo Menjívar dijo en declaraciones al Catholic Standard, el periódico en inglés de la Arquidiócesis de Washington. "Quién sabe, tal vez alguien que está al lado está triste o se siente deprimido, pero cuando ve algo como esto, se anima".
El obispo Menjívar dijo que las oraciones y los cantos expresaban "la alegría de nuestra fe dondequiera que vayamos", y comparó la caminata con el encuentro de los discípulos con Jesucristo en el camino a Emaús.
"Jesús caminó con ellos. Caminó con los que estaban tristes. Y entonces sus corazones comenzaron a arder dentro de ellos", dijo. El obispo, que es él mismo un inmigrante de El Salvador, instó a los jóvenes a aferrarse a su fe.
"Elijan la esperanza", dijo. "Muchas personas eligen la ansiedad y la desesperación. Pero la fe y la esperanza son dones, y tenemos que pedirlos".
En cada una de las siete paradas de la procesión, los participantes rezaron por los migrantes y refugiados que se enfrentan a diferentes realidades: extranjeros que buscan acogida, personas en disputas legales, personas que se plantean emigrar, personas en campos de refugiados, personas detenidas, defensores en la frontera y jóvenes, incluidos los DREAMers y los niños no acompañados. Se presentaron testimonios de inmigrantes de Gabón, Burkina Faso, Corea del Sur, Nicaragua, Camerún y Guatemala.
La caminata estuvo marcada por testimonios de fe y resistencia. Los esposos guatemaltecos María Culpi y Pedro Correa le dijeron a El Pregonero que asistieron en nombre de quienes no pudieron salir por temor a las redadas: "Las cosas están difíciles, existe temor y muchos conocemos a alguien arrestado por ICE cuando simplemente iba a trabajar".
Las hermanas mexicanas Lisbeth y Noreli, jóvenes de la parroquia San Bernardo en Maryland, declararon que vieron en su participación una manera de acompañar a familias golpeadas por la separación: "La fe nos da fortaleza, Dios camina con nosotras y no tenemos miedo de pedir respeto a la dignidad humana".
Por su parte, Isidra Molina, de la parroquia Cristo Rey en Silver Spring, pidió a las autoridades detener la separación de hogares: "Somos personas trabajadoras y fieles a la Palabra de Dios. Lo único que pedimos es sensibilidad frente al dolor ajeno".
El padre Timothy Manatt, jesuita de la Provincia del Medio Oeste y estudiante de derecho canónico en la Universidad Católica, dijo que la marcha transmitía un mensaje silencioso pero claro.
"Esta procesión piadosa de peregrinos era, en cierto modo, una declaración política, aunque no fuera una protesta", dijo el padre Manatt. "Lo que estamos llamados a hacer es caminar con nuestros hermanos y hermanas migrantes y refugiados. ¿Qué mejor manera de pasar un domingo que salir a la calle en oración?".
Algunas de las personas que observaban desde las aceras también reaccionaron ante la procesión. Carlik Brown, un conductor de Metrobus cuya ruta se detuvo para dejar pasar a la procesión, salió para contemplar la escena.
"Fue muy impactante ver a tanta gente unida en solidaridad y defendiendo lo que cree", declaró a Catholic Standard. "Momentos como este nos recuerdan que todos pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos".
La procesión, de dos horas y media de duración, terminó con una bendición final en las escaleras de la catedral de San Mateo, donde muchos participantes se secaron el sudor de la frente bajo el fuerte sol de la tarde antes de entrar en la iglesia para asistir a la Misa de las 5:30 p.m. celebrada por el cardenal McElroy.
El cardenal dijo que la parábola de Jesús sobre el buen samaritano debería guiar la respuesta de los católicos al solidarizarse con los inmigrantes que se enfrentan a la campaña de deportación masiva del Gobierno, considerándolos vecinos, tal y como hizo el samaritano con la víctima del robo que necesitaba ayuda.
En su homilía con motivo de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, el cardenal McElroy dijo que la parábola del Evangelio de ese día plantea una cuestión fundamental que los católicos deben afrontar como ciudadanos y creyentes, a determinar, "si diez millones de hombres y mujeres y niños y familias que han vivido junto a nosotros durante décadas deben enfrentar el terror y la expulsión: ¿son ellos nuestro prójimo?".
"En el Evangelio de hoy, Jesús nos dice que la perspectiva central que debemos aportar para comprender la legitimidad moral de la campaña de miedo y deportación que se libra en nuestro país hoy en día surge de los lazos de comunidad que han llegado a unirnos como vecinos, no del hecho de que en algún momento de su pasado los individuos violaron una ley al entrar o permanecer en Estados Unidos", afirmó el cardenal McElroy.
El arzobispo de Washington enfatizó luego: "Es esta perspectiva la que debe formar nuestra postura y acción como personas de fe. Como Iglesia, debemos consolar y solidarizarnos con los hombres y mujeres indocumentados cuyas vidas están siendo trastornadas por la campaña de miedo y terror del Gobierno".
Al comenzar la Misa, monseñor W. Ronald Jameson, rector de la catedral, dio la bienvenida a la numerosa congregación, entre la que destacó la presencia de embajadores de diferentes naciones y representantes de numerosas organizaciones.
"En estos tiempos de incertidumbre y dificultades para los migrantes y refugiados en todo el mundo, nos unimos a nuestro Santo Padre y a la Iglesia de todo el mundo, reuniéndonos en la fe y la solidaridad para honrar su viaje y su resistencia", afirmó monseñor Jameson.
El cardenal McElroy, en sus palabras de apertura de la Misa, dijo: "Al unirnos en oración este día, aquí en esta iglesia, también recordamos a aquellos que no están aquí hoy porque tienen miedo, a aquellos de nuestras comunidades indocumentadas que viven ahora con el temor de no poder caminar por las calles con libertad, seguridad o paz. Comencemos por recordarlos en silencio y sabiendo que están aquí con nosotros".
Entre los concelebrantes de la Misa se encontraban el obispo Juan Esposito y el obispo Menjívar, ambos obispos auxiliares de Washington, y unos 40 sacerdotes de la arquidiócesis y de órdenes religiosas.
En su homilía, el cardenal McElroy señaló que, durante más de un siglo, se ha celebrado la Misa del Día Mundial del Migrante "para honrar y apoyar a los inmigrantes y refugiados que han venido a esta nación, como parte de esa corriente de hombres y mujeres de todas las tierras que han convertido a Estados Unidos en una gran nación".
Sin embargo, señaló que la Misa de este año se celebraba en un momento en el que, tanto como nación como como Iglesia, "nos enfrentamos, como país y como Iglesia, a un asalto sin precedentes contra millones de hombres y mujeres inmigrantes y familias que están entre nosotros".
"Nuestra primera obligación como Iglesia es abrazar de manera constante, inquebrantable, profética y compasiva a los inmigrantes que están sufriendo tan profundamente debido a la opresión que enfrentan", afirmó el cardenal.
El cardenal McElroy habló de los inmigrantes de la Arquidiócesis de Washington y de todo el país que se han visto afectados por la política de deportaciones masivas.
"Nuestra comunidad católica aquí en Washington ha sido testigo de muchas personas de profunda fe, integridad y compasión que han sido detenidas y deportadas durante la ofensiva que se ha desatado en nuestra nación", afirmó.
El cardenal agradeció a las parroquias, los sacerdotes y los líderes religiosos de la comunidad por su labor de ayuda en respuesta a la crisis, afirmando que "un profundo ministerio de consuelo, justicia y apoyo debe ser el sello distintivo de nuestro cuidado espiritual y pastoral en este momento".
Dirigiéndose a la comunidad indocumentada de la arquidiócesis, el arzobispo de Washington destacó las contribuciones que los inmigrantes de la arquidiócesis están haciendo a esta comunidad y a este país, afirmando que "su testimonio diario de fe y familia, trabajo duro y sacrificio, compasión y amor es un profundo reflejo de las virtudes más profundas de nuestra fe y las aspiraciones más nobles de nuestra nación".
Al describir el impacto humano de la política de deportación masiva, el cardenal afirmó: "Esta ofensiva, que busca hacer la vida insoportable para los inmigrantes indocumentados, está diseñada para separar a las familias, alejando a las afligidas madres de sus hijos, y a los padres de los hijos e hijas que son el centro de sus vidas. Eso trae como daño colateral el horrible sufrimiento emocional que se está imponiendo a los niños que nacieron aquí, pero que ahora enfrentan la terrible elección de perder a sus padres o abandonar el único país que han conocido".
La doctrina social católica, dijo, establece que las naciones tienen derecho a controlar sus propias fronteras y proporcionar seguridad, y añadió que "los esfuerzos para asegurar nuestras fronteras y deportar a los inmigrantes indocumentados condenados por delitos graves constituyen objetivos nacionales legítimos".
Pero añadió que el alcance de las acciones del Gobierno, en la arquidiócesis y en todo el país, es diferente.
"Nuestro Gobierno está comprometido, por su propio reconocimiento y por las tumultuosas acciones de aplicación de la ley que ha emprendido, en una campaña integral para desarraigar a millones de familias y hombres y mujeres trabajadores que han venido a nuestro país en busca de una vida mejor, incluyendo sus contribuciones para construir los mejores elementos de nuestra cultura y sociedad. Esta campaña se basa en el miedo y el terror", afirmó el cardenal McElroy.
"¿Cuál es el fundamento moral del Gobierno para emprender una campaña tan amplia de miedo, para desalojar a diez millones de personas de sus hogares y expulsarlas de nuestro país? El Gobierno dice que la respuesta es simple y determinante: violaron una ley cuando ingresaron o eligieron quedarse en Estados Unidos", señaló.
Pero la parábola del buen samaritano ofrece una perspectiva diferente para ver a los hombres, mujeres y niños indocumentados que se enfrentan a la expulsión en la política de deportación masiva, dijo el cardenal.
El cardenal McElroy destacó que "el elemento más llamativo de la parábola es que el samaritano estaba dispuesto a rechazar las normas de la sociedad que decían que debido a su nacimiento y estatus no tenía ninguna obligación con la víctima, que era un judío. La penetrante visión y gloria del samaritano fue que rechazó la estrechez y la miopía de la ley para comprender que la víctima junto a la cual pasaba era verdaderamente su prójimo y que tanto Dios como la ley moral lo obligaban a tratarlo como tal".
El cardenal destacó que "como ciudadanos, no debemos quedarnos callados mientras esta profunda injusticia se lleva a cabo en nuestro nombre".
Subrayó que Jesús, en la parábola del buen samaritano, rechazó la indiferencia, el miedo y la renuencia, y que su pregunta sobre quién --el samaritano, el sacerdote o el levita-- era el prójimo de la víctima del ladrón, es también una pregunta para la gente de hoy, que al considerar la difícil situación de los inmigrantes indocumentados del país, debe preguntarse: "¿Son realmente nuestro prójimo? ¿Es nuestra prójima la madre que se sacrifica en todas las dimensiones de su vida para criar a los hijos que vivirán de manera correcta, productiva y cuidadosa? ¿Es nuestro prójimo el hombre que está siendo deportado, a pesar de que tiene tres hijos que sirven en la Infantería de Marina, debido a los valores que les enseñó? ¿Es nuestra vecina la mujer que trabaja para brindar atención domiciliaria a nuestros padres enfermos y ancianos? ¿Es nuestro prójimo el joven adulto que vino aquí cuando era niño y ama a esta nación como el único país que ha conocido? ¿Es nuestra prójima la mujer indocumentada que contribuye incansablemente a nuestra parroquia, cuidando la iglesia, dirigiendo el rosario diario?"
Al concluir su homilía, el cardenal McElroy dijo que Jesús rechazó la indiferencia y que sus palabras "¿Cuál de estos, en su opinión, era prójimo de la víctima del ladrón?" solo permiten una opción. Y añadió, "Al comprender y enfrentar la opresión de los hombres y mujeres indocumentados entre nosotros, solo podemos tener una respuesta: Yo … Señor, porque vi en ellos tu rostro’".
Después de la Misa, Oscar Ramos, feligrés del Santuario del Sagrado Corazón, que había llevado las ofrendas con su esposa Ludis y sus hijos Oscar Jr., de 13 años, y Jaziel, de 6, dijo a Catholic Standard que la homilía del cardenal "fue increíble. Nos reconfortó mucho".
Añadió: "Tenemos que amarnos los unos a los otros, seamos inmigrantes o no. Como vecinos, tenemos que amarnos los unos a los otros, como dijo Jesús".